La Declaración Universal de los Derechos Humanos: un pacto irrenunciable con la dignidad
1. Un nacimiento necesario: la razón de ser de la Declaración
A veces la humanidad necesita tocar fondo para construir esperanza. La Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH) nació en 1948, en medio de las cenizas morales de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mundo entero se estremecía ante el recuerdo de los campos de concentración, los genocidios, las limpiezas étnicas y la degradación humana institucionalizada.
Aquella guerra no solo arrasó países, sino que reveló una verdad incómoda: el ser humano, sin límites éticos, es capaz de lo impensable. Por eso, más de 50 países, con visiones políticas y culturas diversas, se unieron bajo el paraguas de las recién fundadas Naciones Unidas para redactar un texto que afirmara, sin fisuras, que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos.
No se trataba de una declaración sentimental. Era —y sigue siendo— una urgencia histórica, una herramienta para evitar que el horror se repitiera. No había ya margen para relativismos: había que proclamar principios básicos, universales e innegociables. Y así lo hicieron.
2. Un mapa de dignidad: los contenidos esenciales
La DUDH consta de 30 artículos que componen un mapa de la dignidad humana. No es un texto ornamental. Es un compendio de principios que trascienden ideologías, credos o fronteras. Su estructura no es casual: parte del reconocimiento de la dignidad intrínseca de la persona y va ampliando su mirada hacia la vida en sociedad.
Entre sus pilares más relevantes, destacan:
- El derecho a la vida, la libertad y la seguridad personal (art. 3): sin estos fundamentos, todo el edificio de los derechos se derrumba.
- La igualdad ante la ley y la no discriminación (arts. 1 y 7): sin distinción de raza, sexo, idioma, religión, opinión política o cualquier otra condición.
- La libertad de pensamiento, conciencia y religión (art. 18): porque ninguna ideología debe secuestrar el alma de las personas.
- La libertad de opinión y de expresión (art. 19): como condición para sociedades abiertas y democráticas.
- El derecho al trabajo digno, a la educación, a la salud y a la vivienda (arts. 23 a 26): porque los derechos humanos no son solo políticos, también son sociales, económicos y culturales.
- El derecho a participar en el gobierno de su país y a unas elecciones libres (art. 21): clave para construir ciudadanía activa y responsable.
Todo ello configura una concepción del ser humano como sujeto de derechos, no como objeto del poder, no como mercancía, no como herramienta de producción.
3. Una brújula para el presente: la importancia de su cumplimiento
Cumplir los principios de la DUDH no es una opción decorativa para los gobiernos. Es una necesidad civilizatoria. Allí donde se respetan los derechos humanos, florecen la paz, la justicia, la prosperidad compartida. Donde se violan o se ignoran, anidan la violencia, la desigualdad, el miedo y el autoritarismo.
Más aún: los derechos humanos nos igualan desde la diferencia. Son el suelo común que impide que las minorías sean aplastadas, que las mujeres sean silenciadas, que los migrantes sean perseguidos, que los disidentes sean reprimidos, que los pobres sean ignorados. Son una garantía frente a los abusos del poder, un freno al fanatismo y una esperanza para los más vulnerables.
Su cumplimiento no puede depender de la buena voluntad de los gobernantes. Necesita leyes, tribunales, organismos de control, participación ciudadana, educación en valores, y, sobre todo, una cultura de los derechos humanos profundamente arraigada.
Sin esa cultura, todo avance puede convertirse en retroceso.
4. ¿Quién los defiende? El debate entre progresistas y conservadores
A pesar de su carácter universal, la Declaración ha sido leída e interpretada de forma desigual por las distintas corrientes ideológicas.
En el campo progresista
Las ideologías progresistas han abrazado la DUDH como una base de lucha por la igualdad, la inclusión y la justicia social. Han ampliado su aplicación a nuevos sujetos de derecho: mujeres, infancia, población LGTBI+, personas con discapacidad, pueblos indígenas, refugiados, trabajadores precarios, etc.
Desde esta óptica, los derechos humanos son una palanca de transformación social. Se conciben como interdependientes e indivisibles: no puede haber libertad sin igualdad, ni democracia sin justicia económica. Esta visión ha llevado a impulsar la creación de nuevos marcos internacionales, como la Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) o los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
En el campo conservador
Algunos sectores conservadores —especialmente los más moderados— también reconocen la importancia de la DUDH, aunque tienden a poner el foco en los derechos civiles e individuales, como la libertad religiosa o la propiedad privada, y son más reacios a considerar los derechos sociales o reproductivos como parte del núcleo duro de los derechos humanos.
Ciertos discursos conservadores más radicalizados, en cambio, han optado por cuestionar o relativizar derechos fundamentales cuando estos chocan con sus concepciones tradicionales de familia, nación, autoridad o religión. En algunos casos, incluso han instrumentalizado el lenguaje de los derechos humanos para defender modelos excluyentes o regresivos, por ejemplo, oponiéndose a la educación en igualdad o criminalizando la migración.
Frente a estas tensiones, cabe recordar que los derechos humanos no son un menú a la carta: son un todo. No se pueden aceptar unos y negar otros sin quebrar su coherencia.
Conclusión: el mayor acuerdo moral de la historia humana
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es, quizá, el mayor acuerdo ético jamás alcanzado por la humanidad. No es perfecta. No es suficiente. No es invulnerable. Pero ha sido y sigue siendo una referencia imprescindible para medir el progreso social, político y humano de nuestros pueblos.
Defenderla hoy es más urgente que nunca. En tiempos de discursos de odio, de regresión democrática, de crisis ecológicas y migratorias, de mercantilización de la vida, la DUDH nos recuerda que la dignidad no se negocia, que la libertad no es privilegio, y que los derechos no se piden: se ejercen.
Como escribió Eleanor Roosevelt, una de las artífices de la Declaración:
«¿Dónde, después de todo, comienzan los derechos humanos universales? En lugares pequeños, cerca de casa… tan cerca y tan pequeños que no pueden verse en ningún mapa del mundo. Y, sin embargo, son el mundo de cada ser humano.»
Ese mundo, el nuestro, merece ser defendido.
https://www.un.org/es/about-us/universal-declaration-of-human-rights