Declaraciones esclarecedoras

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Cuando dignificar el trabajo molesta a algunos

No deja de sorprender, aunque quizá ya no debería, que para ciertos dirigentes políticos, subir el Salario Mínimo Interprofesional sea poco menos que un abuso. El señor Feijóo, en unas declaraciones recientes, ha definido este avance como un “buen negocio para el Gobierno” que solo sirve para sobrecargar a empresas y trabajadores. Y lo ha dicho sin pudor, como quien revela una gran trampa que hay que denunciar.

¿Pero en qué país vive el señor Feijóo? Porque en el que habitamos millones de personas, subir el SMI no es ninguna artimaña recaudatoria, sino una cuestión de decencia básica. Hablamos de una medida que permite que quienes madrugan, cargan cajas, limpian oficinas, cuidan mayores o sirven menús en bares puedan vivir, no sobrevivir, con un poco más de dignidad.

Elevar el salario mínimo no arruina a un país. Al contrario: lo fortalece desde abajo. Porque cuando quienes menos ganan reciben un ingreso mayor, no lo esconden en Luxemburgo ni lo cambian por bitcoins. Lo gastan. Lo inyectan en la tienda de la esquina, en la peluquería del barrio, en el taller de siempre. Ese consumo diario es lo que mantiene viva la economía real, no la especulación ni los informes de consultoría.

Y no, no es un ataque a la empresa. Las empresas que apuestan por la calidad, la innovación y el valor añadido saben perfectamente que no se puede construir un modelo competitivo sobre salarios de miseria. Son otras las que protestan: las que han hecho del empleo precario su única ventaja competitiva.

Que alguien con aspiraciones de gobernar este país vea en la subida del SMI un “negocio” para el Estado, en lugar de una victoria para millones de trabajadores humildes, dice mucho más de su modelo social que de la medida en sí. Porque si algo hemos aprendido en los últimos años es que lo que impulsa a una nación no son las cuentas bancarias más abultadas, sino la esperanza de quienes por fin pueden llenar la nevera sin miedo a llegar a cero a día 20.

Subir el SMI no es solo una cifra. Es una declaración política: la de que ningún trabajo honesto merece un sueldo indigno. Y eso no debería escandalizar a nadie. Debería, más bien, ser motivo de orgullo nacional.


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