Introducción: La Paradoja de la Sed en la Isla Océano
Resulta una amarga paradoja que Tenerife, una isla abrazada por la inmensidad del Atlántico, afronte una crisis hídrica de dimensiones existenciales. La imagen de áridos barrancos y embalses bajo mínimos contrasta con la postal turística de sol y playa. Sin embargo, bajo la superficie de nuestro territorio se libra una batalla silenciosa y desigual por un recurso que dábamos por sentado: el agua potable. La declaración de emergencia hídrica de principios de 2024 no fue un evento sorpresivo, sino la crónica de un colapso anunciado, el resultado de más de un siglo de un modelo de desarrollo insostenible que ha llevado a nuestro único gran reservorio de agua dulce, el acuífero insular, al borde del agotamiento.
Esta no es solo una crisis medioambiental; es una profunda crisis social, económica y, sobre todo, de gobernanza. Nos obliga a mirar nuestro reflejo en el espejo y cuestionar las bases sobre las que hemos construido nuestra prosperidad. Afrontar el futuro del agua en Tenerife es afrontar el futuro de nuestro modelo de isla.
El Océano Subterráneo Agotado: Cómo Vaciamos Nuestra Fortaleza de Agua
La supervivencia de Tenerife ha dependido históricamente de un tesoro geológico: un gigantesco acuífero subterráneo, un verdadero océano oculto formado a lo largo de millones de años de actividad volcánica. Las rocas porosas han actuado como una esponja, absorbiendo el agua de lluvia y almacenándola en un complejo sistema de compartimentos naturales creados por diques volcánicos. Esta estructura única convirtió a la isla en una fortaleza de agua, capaz de albergar inmensas reservas.
Sin embargo, esta aparente fortaleza escondía una vulnerabilidad crítica. A mediados del siglo XIX, amparada por una Ley de Aguas de 1879 que consideraba el agua alumbrada como propiedad privada, se desató una «fiebre del agua». Se perforaron más de 1.600 kilómetros de galerías y cientos de pozos, una red de extracción que horadó la isla con un único objetivo: la apropiación privada de un recurso común para alimentar una creciente agricultura de exportación y, más tarde, un modelo turístico masivo.
El resultado ha sido un siglo de «minería» del agua. Hemos extraído el recurso a un ritmo muy superior a su capacidad de recarga natural, consumiendo un capital hídrico acumulado durante eras geológicas. Las consecuencias hoy son devastadoras.

Infraestructura Fantasma
Más de la mitad de las galerías y pozos de la isla, más de 840 instalaciones, están hoy inactivos. Han sido abandonados porque el nivel del agua ha descendido por debajo de ellos o porque la calidad se ha degradado irreversiblemente.
Descenso Inexorable
El nivel freático, el «techo» de nuestro océano subterráneo, ha descendido en algunas zonas más de 500 metros en menos de un siglo. Es un descenso que, dada la lentitud de los procesos geológicos, es prácticamente irreversible a escala humana.
El Avance del Mar
En la costa, el bombeo intensivo ha invertido el flujo natural, provocando que el agua del mar se filtre tierra adentro, salinizando los pozos y volviéndolos inútiles.
La Huella Química
La agricultura intensiva ha dejado su marca en forma de contaminación por nitratos, especialmente en comarcas como el Valle de La Orotava. El uso de fertilizantes ha envenenado partes del acuífero, superando los límites para el consumo humano y obligando a costosos tratamientos o al cierre de captaciones.
La Huida Hacia Adelante: Desalación y la Dependencia Energética
Ante el colapso del modelo tradicional del agua en Tenerife, la isla se ha visto forzada a una huida hacia adelante: la producción industrial de agua. Las plantas desaladoras y la reutilización de aguas depuradas se han convertido en pilares fundamentales para garantizar el suministro, especialmente en las zonas turísticas y metropolitanas. Hoy, más del 20% del agua que consumimos ya no proviene del subsuelo, sino de estas tecnologías.
Si bien la desalación ofrece una garantía de suministro independiente del clima, nos encadena a una nueva y peligrosa dependencia: la energía. Producir agua dulce a partir del mar es un proceso enormemente costoso y energéticamente intensivo. En un contexto de crisis climática, donde la transición hacia energías renovables es un imperativo moral y de supervivencia, aumentar nuestra dependencia de procesos que consumen ingentes cantidades de electricidad (cuya generación en Canarias aún depende mayoritariamente de combustibles fósiles) es una contradicción flagrante.
Además, esta solución tecnológica está creando una fractura social y territorial. Las zonas costeras aseguran su suministro a un alto coste, mientras las medianías y el sector agrícola del interior ven cómo su recurso tradicional se agota y se degrada, exacerbando la desigualdad y amenazando la viabilidad de nuestra agricultura.
Gobernanza Fallida: Cuando la Ley no Basta
Desde 1990, Canarias cuenta con una Ley de Aguas que declara el recurso como un bien de dominio público. Se creó el Consejo Insular de Aguas de Tenerife (CIATF) como ente gestor con amplísimas competencias para planificar y proteger el acuífero. Sin embargo, a la vista de los resultados, la pregunta es inevitable: ¿Ha utilizado la administración todas sus herramientas para frenar el declive?
La realidad sugiere una parálisis institucional. La enorme fragmentación de la propiedad del agua en Tenerife, heredada de la ley decimonónica, ha creado una red de intereses privados que ejerce una inmensa presión, dificultando la adopción de medidas valientes pero impopulares, como la reducción de los volúmenes de extracción. El Plan Hidrológico, que debería ser la hoja de ruta para la sostenibilidad, corre el riesgo de convertirse en una mera crónica de un deterioro anunciado, un documento técnicamente impecable en su diagnóstico, pero débil en su ejecución.
La gestión se ha centrado más en buscar nuevas fuentes de oferta (construir más desaladoras) que en una gestión rigurosa de la demanda. Mientras tanto, una cifra escandalosa avergüenza cualquier planificación: casi la mitad de el agua en Tenerife, ya sea extraída del subsuelo o producida a un alto coste en las desaladoras, se pierde en las redes de distribución antes de llegar al consumidor.
Recomendaciones para un Futuro Hídrico Justo y Sostenible
El final de una era nos obliga a inaugurar una nueva. No podemos seguir gestionando la escasez con la mentalidad de la abundancia. Es el momento de la valentía política y la responsabilidad ciudadana. El camino hacia la sostenibilidad hídrica en Tenerife pasa por un decálogo de acciones ineludibles.
Auditoría y Reducción de Concesiones
Es imperativo auditar todos los derechos de agua y ajustar los volúmenes a la capacidad real del acuífero. No podemos seguir anclados a derechos históricos que nos llevan al colapso.
Plan de Choque Contra las Pérdidas
La prioridad de inversión más urgente no es producir más agua, sino perder menos. Se necesita un programa masivo y calendarizado para renovar las redes de distribución.
Tarifas Justas y Finalistas
El precio del agua debe reflejar su coste real, incluyendo el daño ambiental de su extracción. Una política de precios por bloques que penalice el consumo excesivo es esencial para incentivar el ahorro.
Vinculación Agua-Energía Renovable
Toda nueva infraestructura de desalación o depuración debe estar vinculada a la producción de energías renovables. El objetivo debe ser un ciclo del agua con huella de carbono cero.
Proteger las Zonas de Recarga
El planeamiento territorial debe blindar las cumbres y medianías, impidiendo la impermeabilización del suelo y fomentando prácticas agrícolas que maximicen la infiltración.
Impulso a la Recarga Artificial
Debemos explorar activamente técnicas para reintroducir excedentes de agua regenerada de alta calidad en el subsuelo, creando barreras contra la intrusión salina.
Límites al Crecimiento
Es el debate que nadie quiere tener, pero que es ineludible. ¿Puede un territorio finito con recursos hídricos finitos soportar un crecimiento demográfico y turístico infinito? La capacidad de carga de la isla debe ser el eje central de cualquier planificación futura.
Conclusión
El agua es un derecho humano y un bien común. Su gestión no puede estar al servicio de intereses particulares ni de una visión cortoplacista del desarrollo. La crisis actual es una oportunidad para redefinir nuestras prioridades, para construir una Tenerife que respete sus límites naturales y garantice la justicia social y la sostenibilidad para las generaciones venideras. El futuro de la isla, literalmente, depende de ello.



















