Mi exposición en redes: Reflexiones y Realidades

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No busco cambiar tu opinión, busco que no te sientas solo en la tuya

Quisiera comenzar con una confesión. Mi intención al escribir y compartir mis reflexiones en el vasto y a menudo hostil universo de las redes sociales, mi exposición en redes, no es hacer cambiar de opinión a nadie. Soy plenamente consciente de que en la sociedad actual, con el grado de polarización que hemos alcanzado, atrincherados en nuestras cámaras de eco, tal empresa es, además de agotadora, absolutamente imposible. Las convicciones profundas rara vez se modifican por un argumento leído en una pantalla. Se forjan a través de experiencias, educación y un largo proceso de reflexión personal.

Mi propósito es otro, mucho más modesto pero, a mi juicio, fundamental: la visibilización.

El corazón progresista de una sociedad que a menudo vota en otra dirección

Estoy firmemente convencido de que la sociedad española es, en su inmensa mayoría, progresista. Si despojamos el debate de las siglas, las banderas y el ruido mediático, y nos centramos en los valores que sustentan nuestro día a día, encontramos un consenso abrumador.

Cuestiones como la defensa irrenunciable de los derechos humanos, la creencia en que los conflictos deben resolverse mediante el diálogo y no la imposición, o el anhelo de construir una sociedad que no deje a nadie atrás, son pilares compartidos. La inmensa mayoría de los españoles y españolas deseamos un Estado del Bienestar robusto. Con una sanidad pública universal y de calidad. Un sistema de pensiones públicas que garantice una vejez digna. Una educación pública que sea ascensor social y una justicia pública independiente y accesible para todos.

Asimismo, la preocupación por el cambio climático antropogénico ya no es una cuestión de nicho. Es una alarma sentida por una gran parte de la ciudadanía. El rechazo a la homofobia, la misoginia y el racismo no son posturas radicales, sino la base de la convivencia para la mayoría.

Entonces, si esto es así, ¿por qué en ocasiones las elecciones son ganadas por la derecha, la antítesis ideológica de muchos de estos valores? La respuesta, elección tras elección, parece encontrarse en una dolorosa paradoja: la exigencia del votante progresista.


La paradoja de las urnas: cuando la abstención de la izquierda aúpa a la derecha

Contrariamente a la disciplina casi marcial del electorado conservador, los votantes de izquierdas somos profundamente críticos con nuestros representantes. Cuando sus acciones no nos satisfacen, cuando sentimos que no están a la altura del mandato recibido, nuestro castigo no es cambiar el voto. Nuestro castigo es quedarnos en casa. La abstención es el arma de nuestro descontento. Y los datos son tozudos: cuando la abstención es alta, la derecha gana; cuando la movilización es masiva y la abstención baja, las fuerzas progresistas suman la mayoría.

Esta no es una mera opinión; la hemeroteca electoral dibuja un patrón recurrente y elocuente que demuestra esta correlación.

Del 2000 al 2004: el vuelco por la movilización

En las elecciones generales del año 2000, la participación fue una de las más bajas de la democracia reciente, apenas un 68,7%. Ese clima de desmovilización, particularmente notable en feudos tradicionalmente progresistas, otorgó al Partido Popular de José María Aznar una holgada mayoría absoluta con 183 escaños. Sin embargo, cuatro años después, en 2004, España vivió una de las mayores sacudidas de su historia con los atentados del 11-M. La respuesta social fue una movilización sin precedentes: la participación se disparó hasta el 75,7%. Ese aumento de siete puntos, canalizando un clamor por el cambio y la transparencia, se tradujo en la victoria del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero con 164 escaños, frente a los 148 del PP.

Del 2008 al 2011: el castigo de la crisis

El patrón se invirtió una vez más en los comicios siguientes. En 2008, con una participación todavía alta del 73,8%, el PSOE revalidó su gobierno. No obstante, el estallido de la crisis financiera y el desgaste de la gestión gubernamental generaron una profunda ola de descontento en el electorado de izquierdas. En las elecciones de 2011, la participación se desplomó cinco puntos, hasta el 68,9%. Esa desmovilización, fruto de la decepción, fue letal para la izquierda y entregó al Partido Popular de Mariano Rajoy la mayoría absoluta más amplia de su historia, con 186 diputados. El PSOE, por su parte, se hundió hasta los 110.

23 de julio de 2023: la movilización que desafió los pronósticos

El ejemplo más reciente y paradigmático lo encontramos en las últimas elecciones generales. Convocadas en pleno verano, todas las encuestas vaticinaban una victoria clara del bloque de la derecha y la ultraderecha. Se daba por hecho que la fecha desincentivaría el voto. Sin embargo, ocurrió lo contrario. Ante la percepción de un riesgo real de involución en derechos y libertades, el electorado progresista se movilizó de forma extraordinaria. La participación alcanzó casi el 70% (un dato muy elevado para la época del año), superando en casi cuatro puntos la de la última cita de 2019. Esa afluencia masiva a las urnas fue el factor clave que desmintió todos los sondeos y permitió al bloque progresista sumar los escaños necesarios para reeditar el gobierno.

La historia electoral es clara: la abstención del electorado progresista es el mayor aliado de la derecha.


Romper el espejismo de la minoría ruidosa

En este contexto, asistimos a un envite formidable por parte del ecosistema mediático de la derecha y de unas redes sociales copadas por youtubers y opinadores de corte neoliberal. Su estruendo constante, su capacidad para marcar la agenda y su dominio de ciertos algoritmos pueden generar una peligrosa ilusión óptica: la de que quienes defendemos la sanidad pública, la justicia fiscal o la transición ecológica somos una minoría acorralada.

Es fácil caer en la tentación del desánimo, pensar que nuestras ideas han perdido la batalla cultural y que estamos solos en nuestra forma de ver el mundo. Y es precisamente por eso que considero de enorme importancia hacer acto de presencia. Significarme abiertamente sirve para lanzar un mensaje sencillo pero poderoso a toda esa gente que puede sentirse aislada: no es verdad, no estás solo, los que pensamos como tú somos muchísimos más.

Mi exposición en redes

Hacer mi parte: la fábula del colibrí

Soy consciente de que mi aportación es ínfima, una simple gota en un océano digital inmenso y turbulento. Sin embargo, siempre que afronto esta reflexión, acude a mi mente una pequeña y hermosa historia, la fábula del colibrí.

Cuentan que, en medio de un pavoroso incendio que devoraba la selva, todos los animales huían aterrorizados. Todos, excepto un pequeño colibrí. El diminuto pájaro volaba una y otra vez hacia el río, recogía una gota de agua en su minúsculo pico y regresaba para soltarla sobre las llamas.

Un armadillo, viéndolo pasar, le gritó con sorna: «¿Estás loco? ¿Crees que con esa gota vas a apagar el incendio?».

El colibrí, sin dejar de volar, se giró y le respondió: «Ya sé que no puedo solo, pero al menos yo estoy haciendo mi parte».

Mi presencia en redes es eso: mi gota de agua. Es mi manera de decir que, ante el incendio del negacionismo climático, del discurso de odio y del desmantelamiento de lo público, me niego a huir. Me niego a aceptar que el silencio es la única opción. Es mi modesta forma de hacer mi parte.


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