25N: Memoria, Resistencia y la Amenaza del Negacionismo
El calendario político y social tiene fechas que no sirven para celebrar, sino para desgarrar la conciencia colectiva y obligarnos a mirar donde a menudo preferimos cerrar los ojos. El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, es una de esas jornadas. No es una efeméride de cartón piedra; es un grito global que nos recuerda que, en pleno siglo XXI, la mitad de la humanidad sigue viviendo bajo una amenaza estructural simplemente por el hecho de ser mujer.
Como analista aficionado, y sobre todo como demócrata convencido de que no hay libertad sin igualdad real, hoy quiero invitaros a diseccionar el porqué de este día, la sociología detrás de esta violencia sistémica y el peligroso auge de un negacionismo que amenaza con hacernos retroceder décadas.
El origen: Las Mariposas que desafiaron al tirano
Para entender la carga política del 25N, debemos viajar a la República Dominicana de 1960. El origen de esta fecha no es administrativo, es sangre derramada por la libertad. Se eligió para honrar la memoria de las hermanas Mirabal —Patria, Minerva y María Teresa—, conocidas como «Las Mariposas».
Fueron brutalmente asesinadas por orden del dictador Rafael Leónidas Trujillo. Su muerte no fue solo un feminicidio; fue un crimen de Estado. Las Mirabal representaban todo lo que el patriarcado autoritario odia: mujeres libres, cultas y políticamente activas que se negaron a ser sumisas.
Aquella atrocidad encendió la mecha de la indignación popular que acabaría con el régimen. Décadas más tarde, en 1999, la ONU oficializó la fecha, reconociendo que la violencia contra la mujer no es un asunto doméstico o privado, sino una violación flagrante de los derechos humanos y un problema de salud pública global.
La anatomía de una lucha histórica
La lucha por la erradicación de la violencia de género ha recorrido un camino tortuoso. Desde las sufragistas que exigían el voto hasta las modernas olas del #MeToo o el #NiUnaMenos, el feminismo ha logrado poner nombre a lo que antes se ocultaba tras las cortinas del hogar.
Hemos pasado de considerar el maltrato como «crímenes pasionales» —un término repugnante que intentaba justificar el asesinato con el amor— a entenderlo como violencia de género. Este cambio semántico es un triunfo sociológico: reconoce que la violencia no es fruto de un arrebato individual, sino de una estructura de poder desigual que otorga al hombre un sentido de propiedad sobre la mujer.
Sin embargo, la violencia ha mutado. Ya no hablamos solo de golpes físicos. Hoy analizamos la violencia vicaria (hacer daño a los hijos para destruir a la madre), la violencia económica, la digital y la institucional. La lucha ha madurado, volviéndose más interseccional, entendiendo que la mujer migrante, la mujer pobre o la mujer racializada sufren esta violencia con una crueldad multiplicada.

El peligro del negacionismo: Un retroceso democrático
En mi análisis de la coyuntura actual, observo con profunda preocupación un fenómeno que no podemos ignorar: el auge del negacionismo de la violencia de género.
Al igual que ocurre con el cambio climático antropogénico —donde la evidencia científica es abrumadora pero los intereses económicos y políticos siembran la duda—, la violencia machista se enfrenta hoy a una reacción conservadora organizada. Sectores de la ultraderecha global están librando una «guerra cultural» donde niegan la existencia de una violencia específica contra la mujer.
Argumentan que «la violencia no tiene género», una falacia lógica diseñada para diluir la realidad estadística y sociológica. Negar que a las mujeres se las mata por ser mujeres es como negar que el racismo motiva crímenes de odio. Este negacionismo no es inocente; es una herramienta política para desmantelar las leyes de protección integral, recortar presupuestos en casas de acogida y, en última instancia, intentar devolver a la mujer a un rol de subordinación social.
Como sociedad, debemos ser tajantes: el negacionismo mata. Cuando se niega el problema, se desprotege a la víctima y se empodera al agresor.
Futuro: Educación, Justicia Climática y Esperanza
¿Qué futuro nos espera? Si queremos ser rigurosos, debemos admitir que el panorama es complejo. La crisis climática, que siempre abordo en este espacio, tiene una conexión directa con este tema. En situaciones de desastres naturales y escasez de recursos, las mujeres y niñas son estadísticamente las más vulnerables a la violencia sexual y a la trata de personas. La transición energética justa y la lucha contra el cambio climático son, por tanto, también herramientas feministas.
El futuro de esta lucha pasa por tres pilares:
- Educación afectivo-sexual: Debemos enseñar a las nuevas generaciones que el amor no duele, que los celos no son pasión y que el consentimiento es el centro de cualquier relación humana.
- Instituciones férreas: Necesitamos sistemas judiciales con perspectiva de género que no revictimicen a la mujer que se atreve a denunciar.
- Aislamiento social del agresor: Debemos dejar de preguntar «¿por qué no se fue ella?» y empezar a preguntar «¿por qué lo hizo él?».
Este 25 de noviembre, recordemos a las hermanas Mirabal. Pero, sobre todo, miremos a nuestro alrededor. La construcción de una sociedad pacífica, democrática y sostenible es imposible mientras la mitad de la población viva con miedo. No es solo una lucha de ellas; es un imperativo moral para cualquiera que crea en la dignidad humana.
La indiferencia nos hace cómplices. La acción nos hace libres.
Si este análisis te ha resultado útil, te invito a reflexionar y compartirlo. La batalla cultural por los derechos humanos se libra cada día.
















